Hoy te dejamos una nueva nota de Kako Garcia, entrenador de Surf en The Camp (España) y columnista de Surfing Latino. En la misma nos contará sobre situaciones que habitualmente tenemos cuando estamos en el mar compitiendo y como hacer para seguir adelante de la mejor forma.
Hoy te dejamos “La felicidad del surfista. Parte 1″
Algunos estaréis pensando que antes de empezar este capítulo deberíamos definir la felicidad al más puro estilo académico, y una vez definida, desarrollar cómo y porqué la buscamos y la conseguimos.
Me remito en este caso al político, economista, escritor y científico multidisciplinar, Eduardo Punset. Sigamos, según su consejo, el camino contrario: estudiemos cuál es el objeto de nuestros deseos pero sin poner pies fuera del terreno que nos une, el surf. Así cuando lleguemos a él por los caminos que la mayoría de los surferos seguimos no echaremos de menos una definición de la felicidad surfera.
Algo interesante nos debe aportar este deporte cuando invertimos una parte tan importante de nuestro tiempo y dinero para el disfrute de unos instantes. Como dice el famoso científico y presentador de televisión en su libro Viaje a la felicidad, «la felicidad es transitoria» y en eso inevitablemente aprecio un paralelismo interesante con nuestro deporte.
Madrugones importantes, comidas que dejamos a medias, viajes caros a lugares de agua caliente y olas cinco estrellas (aunque sea a costa de abaratarlo en barcos pequeños como cayucos), discusiones con nuestras parejas, sensaciones de angustia y miedo (en algunas ocasiones), noches de fiesta,… todo sacrificado para unos segundos de disfrute que llamamos felicidad. Sí, tan solo, unos segundos porque el tiempo en el que vamos surfeando una ola en relación al tiempo que invertimos desde que nos metemos al agua no supera el 3% de media en surfistas de nivel medio-alto, y eso si no contamos las horas de coche que en ocasiones suelen dejar este porcentaje en niveles casi humillantes.
Me parece oportuno este momento para resaltar la gran diferencia con el snowboard que muchos intentan siempre equiparar al surf. No quiero decir que uno sea mejor o peor, simplemente que aquí hay una diferencia importante, sobre todo en cuanto a porcentaje de tiempo surfeando y, por tanto, en la dificultad para aprender a mantenernos sobre la tabla. Si tuviésemos en cuenta la Teoria de los costos y los beneficios (Thibault y Kelley.1978) nos podríamos hacer una idea de cuán provechosa y ventajosa debe resultar la sensación de surfear para los que la practicamos.
Pero más que de beneficios, deberíamos volver al tema de las emociones, resultado de un cocktail de neurotransmisores, y éste a su vez de la percepción y la sensación que tenemos cuando surfeamos.
En mi opinión, estas emociones no sólo aparecen cuando nos subimos a una ola, sino que también se esbozan o anticipan de manera indirecta cuando uno ve un parte meteorológico apropiado, cuando ve la primera serie romper mientras aparca el coche (causa segura de algún que otro parte de accidente) o cuando uno de sus amigos te dice cómo de bueno va a estar el mar o anticipa la alta calidad de las olas que vas a coger si le sigues. Hablamos de los momentos de felicidad pre-surf y no debemos obviar los post-surf, como, por ejemplo, esa sesión comentada con los amigos, por no hablar de los instantes previos a observar la sesión de fotos de ese día o de vídeo. En este caso es casi como revivir la emoción solo que desde lo que podríamos llamar reverse angle, o lo que es lo mismo desde otro punto de vista.
Sea como fuere, la felicidad debe ser algo parecido a estos pequeños instantes. Sabemos que la gestión de las emociones se encuentra en el barrio más primitivo de nuestro cerebro el llamado “cerebro reptiliano” (ya lo tenían los reptiles allá por los primeros peldaños de esa escalera que Darwin llamó evolución). Siempre me resistí a pensar que mi perro Chulo no tenía emociones, y como él, un pajarillo o un ratón de laboratorio, aunque con mayores dudas.
Esta parte del cerebro está compuesta por una serie de estructuras nerviosas formada por el hipocampo, la circunvalación del cuerpo calloso, el tálamo anterior y una estructura con forma de almendra que llamamos amígdala. Y es ésta última la principal responsable en las emociones. Lesionar gravemente la amígdala significa no tener capacidad para emocionarse, es decir, ser incapaz de sentir las emociones, como el Capitán Spock (famoso personaje de la serie Star Trek). Evidentemente ésta no es la única estructura responsable de las emociones y tampoco se excluyen conexiones con la parte más moderna del cerebro para éstas, pero si juega un papel protagonista (Evans, 2002, Punset, 2005).
Sin embargo, cuando hablamos de emociones hablamos de cantidad y cualidad de neurotransmisión; curiosamente cuando hablamos de olas, también.
Es indudable que uno de los fenómenos que reconoció y estudió el conductismo es la habituación, o lo que es lo mismo; cuando Carlota (foto abajo) va corriendo por una ola de apenas 20 cm. es posible que estemos hablando de la misma o parecida emoción (a nivel neurlógico) que cuando Yeray Martínez sale por los aires en el Frontón o que cuando Kelly sale de un tubazo de Backdoor, nos referimos a la gestión del cerebro de una emoción en concreto.
Evidentemente, el fenómeno de la habituación hace que tanto Yeray como Kelly se sientan encima de una ola de 20 cm. como mi padre cuando echa una siesta en verano. Superada la necesaria aclaración de la habituación, he observado que la felicidad de un surfista casi podría seguir la de una fórmula matemática (pero eso sería un libro entero) donde factores imprescindibles serían los recuerdos de la experiencia, el deseo del estímulo, la intensidad de la emoción o la percepción subjetiva de peligrosidad.
Fotos: Eugenio Prados y Sebastian Izmicoz.
Carlos García “Kako”
Psicólogo experto en terapia Sistémica
Entrenador profesional de Surf en The Camp