Andrea Picasso completó el cupón de la revista “Surfista” de Mar del Plata junto con su hermano, sin esperar demasiado. Le encantaban los sorteos, y, a sus 13 años, pasaba gran tiempo participando en ellos. Un día, como cualquier otro, fue a la escuela y un amigo le preguntó “¿Andy viste que ganaste la tabla? “ No podía creerlo, era la ganadora del sorteo. Era un llamado: tenía que empezar a surfear.
Sin tener mucha idea, habló con el shaper que correspondía al sorteo y le preparó una 6.0. Ella la pintó de rosa, le dibujó una ola y flores. Desde ese momento empezó a ir todos los días a Playa Grande, una de las olas más conocidas de Mar del Plata, a practicar. El surf le trajo nuevas amigas, iba a acampar a la noche y surfeaba antes de ir al colegio. Cuando cumplió 15 años compitió por primera vez, se anotó en la categoría de principiantes y la de avanzados y ganó en las dos. Fueron sus épocas doradas con el océano y la marcaron para siempre.
Un año más tarde participó del mundial de surf en Sudáfrica. Cuando regresó empezó a estudiar en la universidad y se le sumaron varias responsabilidades familiares y económicas y decidió dejar de surfear. Nunca entendió muy bien porqué lo había dejado, pero sentía una pequeña sensación de culpa cuando pensaba en hacer eso que tanto le gustaba.
Pasaron 5 años y el recuerdo de la paz que el mar le brindaba seguía presente en su cabeza y su corazón. Por eso, antes de recibirse, Andy, decidió regalarse un viaje a Costa Rica. Siempre veía fotos de argentinos que se habían ido a vivir allá y le encantaba el estilo de vida que tenían rodeados de mar y selva. Su idea inicial era irse unos 5 meses y trabajar ahí. Muerta de miedo, decidió tomarse un avión a buscar su aventura con el océano.
Cuando llegó a Santa Teresa en el Pacífico de Costa Rica, se compró una tabla vieja, y usada por 30 usd, la reparó y volvió al agua. “Fui feliz desde el día 1” cuenta Andy. Reconectó con el mar y con esa chica de 13 años que salió a buscar olas para divertirse. Le gustó tanto que decidió quedarse a vivir ahí. Pasaron los años y mejoró su nivel de surf, se convirtió en instructora y dio clases a chicas de todos lados del mundo.
Para trabajar cómoda diseñó dos trajes de baño en donde su objetivo principal era surfear “sin tener que preocuparse por que se le viera nada”. Las chicas del surf camp empezaron a preguntarle por los trajes de baños fascinadas. Poco a poco, empezó a diseñarlos en Argentina y los traía a Costa Rica. Llamó a su emprendimiento “Mona”. Cada vez alguien venía de allí le pedía que le traigan 10 o 15 y los vendía en el surfcamp. Si le sobraban, salía con su moto con un bolso cargado de “Monas”y los vendía en el pueblo.
Hacer y vender “Monas” para ella fue un juego muy divertido. Tenía amigos filmmakers y camarógrafos con los que se iba con 10 mujeres a hacer contenido mientras se divertían surfeando y hacía una fiesta Mona al año a la que asistían únicamente chicas en trajes de baño. Después de muchos años de hacer Mona, comenzó a ser conocida en Costa Rica y el nombre de su marca se convirtió en su apodo, según dicen sus amigos, por ser un poco “mono” en la vida diaria también.
Mona se convirtió en una comunidad de mujeres del océano alrededor del mundo y la marca empezó a crecer. Jóvenes que visitaban Costa Rica y luego volvían a su casa le enviaban fotos usando sus productos en el exterior, practicando sus deportes en el océano y disfrutando de la naturaleza. Había fotos de Monas en Francia, en Suiza, en España, etc. Lo que más le gustaba era que inspiraba a más mujeres a contagiar las ganas de estar en el mar y aprender a surfear.
Un día Alex, una de las primeras compradoras de Mona y una amiga muy cercana de Andy le preguntó si había pensado en expandir su negocio a Estados Unidos. En ese momento Andy acababa de tener un hijo y ya no podía seguir con Mona por que le llevaba mucho tiempo y dinero. Esta nueva opción le abrió otro panorama. Juntas comenzaron a tejer una red de contactos afuera, buscaron nuevos horizontes, nuevas telas, fábricas, vendedores, etc. Y decidieron expandir este pedacito de amor por el mar en el exterior.
Hoy Andrea tiene su producción en California y sus trajes de baño se venden en distintas partes del mundo. Formó su equipo con sus amigos que la acompañaron en esta experiencia desde el principio. Entre todos encontraron la forma de devolverle al mar un poco de todo lo que les da. Mona está comprometido con el medio ambiente, cada una de sus telas está hecha de basura del océano reciclada. Hay buzos de todas partes del mundo limpiando el mar para lograr este objetivo.
La historia de Mona no sólo empezó con un sueño sino también con alimentar su espíritu de lo que la hace feliz, manteniéndose cerca de lo que le gusta y contagiando a los demás.“El mar me lleva a vivir una vida sin límites y me enseña a que los límites en la vida son solamente pensamientos que nosotros creamos para nosotros mismos. Todos los que formamos parte de Mona tenemos en común el mar, es nuestro refugio.”